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Impresiones

Esos besos que ocupan tanto espacio en los mensajes de nuestra conversación sin fin se convierten en aire en nuestras manos, y rozan nuestros labios en el ascenso imparable del aire tibio mientras escapan de nuestro regazo.

Te quiero —creo—, con la única mariposa que recorre de mi corazón al estómago y me hace cosquillas en las costillas cuando pienso en ti. En ti y en esa incalculable generosidad que me brindas siempre. En tu mirada sincera y noble; noble y preocupada por mi sonrisa más de lo que se preocupa mi propia boca. El mundo te me ha regalado sin pedir nada a cambio. El mundo es amable y blanco. El mundo sabe a algodón de azúcar.

Desde hace unos días respiro con una zona de los pulmones a la que antes no llegaba el aire, maravillosas consecuencias de una postura de yoga retorcida. El corazón y la mente bien oxigenados dirigen el cuerpo con más tino frente a los traspiés.

11/12/2015 En un café---

Tengo un nuevo rincón, con un balcón de flores en macetas de color fucsia, con rejas de hierro y paredes desgastadas; con cielo azul y música suave. Tengo un soplo en el corazón; tu mejilla en la comisura de los labios; casi dos metros de piel nueva para cuidar; mariposas en el pelo y en los oídos.

Las macetas del balcón son como árboles de hoja perenne: sus flores siempre rojas, sus hojas siempre verdes, su savia siempre viva. Mi corazón, como agua de mar: siempre salada, siempre imprevisible, nunca suficiente para contener la tierra en su lugar.

Y la vida sigue, y todo se va, salvo mis macetas —ilusión ingenua de disposición sobre las flores ajenas.

19/11/2015 En La Casa encendida---

I

Los amores no duran para siempre. Tampoco los parques. Tampoco la piel tersa, ni las nubes, ni las hambres.

Paseo por un Retiro que me parece extraño, lejano, impermeable. La cabeza va vacía de alma, y el alma calla y hace eco en las ventanas del Palacio de cristal.

Palacio bello pero insípido; altivo y transparente; sin matices nacarados ni redoble de corazón.

Eran mis ojos, pero eran malvados; niños jugando a ser grandes.
Eran negros, para advertir su oscuridad.

II

El Río me llama en un extraño cantar sin sonido:

—¡Ven! ¡Soy camino para tus pasos! ¡Déjate de soñar!—. Canto de sirenas al que mi parque no devuelve batallas.

El Retiro está quieto; sin brisa, sin lanzas ni aromas; mi alma está quieta también y yo intuyo la conspiración.

Eran mis cabellos, largos y castaños; viento de la calma y paz del despertar.
Eran oscuros, para mostrar la oscuridad.

III

He de entrar a una rosaleda invadida de rosas para despertar al color, y las especialidades francesas se exponen exhibiendo matices.

La Rosaleda es aún más bella que el palacio y arranca sonrisas, y hasta un vuelco en los latidos, y hasta una exhalación. Pero El Retiro no es mi retiro. Es un parque antiguo de árboles solemnes ante los que mi nuca no hace reverencia, sino sólo una muestra de aprobación y respeto.

Eras tú, pero no eras de mí, sino de Nadie.
Tal vez eras cielo disfrazado de soñador.
Tu piel caliente, tu alma tibia, tu mirar perverso para ocultar su frialdad.

04/11/2015 En El Retiro---

El café y la tranquilidad

No sé por qué el café tiene esa fama de bebida excitante e insomne, si la gran virtud de un buen café es la de la tranquilidad. Acaso guarde en sus posos la facultad de vivificar el alma, y en sus ingredientes un acelerador de corazones. Pero estos añadidos son sólo el aroma que camufla la esencia del café: tranquilizar el alma.

Cuando uno sorbe café respira profundo, y el mismo vapor que despierta el intelecto amansa las vísceras, y calienta el estómago y sus ácidos, y sube por la nariz y envuelve el cerebro en un plácido mecer, como un niño que se arropa en la cama para estar calentito.

El café despierta la nostalgia, evoca el pasado más amable. ¿Quién puede tener un mal recuerdo en el momento exacto de sentir un poco de café en los labios? No sé de dónde le viene la fama, si el café tiene el sabor amargo mas dulce que nos puede proporcionar la vida.

05/10/2015 En el café Libertad---

Se extiende
como una mancha.
Como el invierno.
Como el rencor
se extiende
por las venas.

Se extiende
y camina
hacia mi boca.

Y penetra
y pudre
y desbarata
por donde pasa.

Se esposa
a mi garganta
con cadenas de cobre.

Se extiende
como mariposas.
Como el cólera.
Como la primavera
se extiende
por las rosas.

Se extiende
y duele.
Y muerde
y mata.

Se escapa.
Y vuelve.
Mata.
Agonía implacable
pero certera.

Vuelve.
Y mata.
Y vuelve
y se va.

Y se va
—sin el drama de la despedida—,
para dejarme que te quiera.

Se extiende la tranquilidad
sobre mi cama.

13/07/2015 En Hinojosos---

Te culpo inocente.
Escupo sobre tu frente
manchada de rosas.
Estúpida calma aborregada.
Nubes de plata en mis pupilas.

De la lluvia no se pueden salvar los pétalos,
como del juez impávido
no se puede salvar el delito
de las margaritas secuestradas.

14/07/2015 En Hinojosos---

Todas las palabras me muerden la lengua. Malditas e incómodas palabras. Tóxicas muertas palabras sin piedad. Todas las palabras, todas. También las dulces. También las negras. También las heroínas con sus marcas de arcos y batallas vencidas. Todas las palabras.

Le cierro la luz al velo del paladar. No quiero mirar el trago de estropajo indómito que resbala por mi boca, sin más empuje que la gravedad. Cierro también la tráquea y dejo a las palabras morder mi estómago cubierto de omeoprazol y sangre, dormido junto a mi pecho que no emite latidos —tal vez, a veces, un sonido hueco y grave que retumba hacia los oídos, también dormidos.

Todas las palabras componen un mensaje superficial y otro implícito en la hiel que contamina las venas. Esta vez, mi lengua, mordida de palabras, calla y sufre con las heridas, con las llagas, con la vida; con todas las malditas palabras, palabras malditas robadas al hígado para desconectar el corazón.

13/07/2015 En Hinojosos---

Las ciudades son del color de la piedra de las canteras que las rodea. Salamanca es roja, Almería es dorada, Madrid es blanca. Como en el multiculturalismo, las ciudades se vuelven un crisol de colores cuando se traen piedras de otros lugares para construir.

Una de las mejores vistas del Madrid blanco está en la entrada por el sur, desde la carretera de Andalucía. Una vista que sólo puede disfrutarse desde el coche, porque a pie existe un alto riesgo de atropello y de montar un lío enorme por circular por la autovía de forma temeraria.

Ayer era una mirada amplia y descubierta del centro de Madrid, con la cúpula de la Catedral de la Almudena asomando al fondo; el viejo hotel Plaza en la plaza de España; algún que otro edificio sin identificar. Todos vestidos de blanco —un blanco roto por la contaminación, con una especie de brillo gris, pero de nombre 'blanco' en el catálogo subjetivo de colores de mi mente.

Hoy la línea de visión la estorba una nueva vía de tren que se construyó hace cuatro o cinco años. Todavía puede verse una gran parte de ciudad blanca, a la izquierda de la incómoda vía, hacia arriba, rodeada en primer plano por construcciones de las últimas décadas, que son una muestra contundente del multiculturalismo madrileño: de edificios y de personas venidas de otros lugares —y que son de color naranja, granate y marrón.

Mañana, probablemente quedará poco de la vista, cuando vengan más personas y más vías de tren, y todo crezca por delante de la Torre de Madrid y sea más alto que ella.

Cuando era pequeña, no pensaba en el color de los edificios —más bien en el color de los coches, pues contaba durante todo el camino cuántos coches blancos, rojos, azules, pasaban en el otro sentido, para entretener el viaje con mi madre o con mi hermana—. Pero llegar a Madrid desde el sur, por esa misma carretera, con algunos carriles menos de los que tiene hoy, siempre me producía una emoción de bienestar y protección: la acogedora sensación de estar en casa, en mi ciudad blanca.

Ignoro cómo será el Madrid del siglo que viene, cuando el parque del río Manzanares haya crecido en altura y sus árboles sean imponentes muestras de naturaleza urbana. Quizás la ciudad entonces sea verde, o parda, o tal vez el gris haya ganado en la batalla de la limpieza; pero mi Madrid en el recuerdo será blanco, acogedor y protector, con sus edificios altos y su olor inconfundible de gran urbe.

Imagino una ciudad granate vestida de prunos, y la sonrisa ilumina mi rostro. Una ciudad nueva, mi nueva ciudad, comenzada a construir sobre los cimientos de la vieja, desgastada por el tiempo.

29/06/2015 En casa---

Llega un día en el que la mente se acostumbra a los fantasmas y ya no muestra ninguna reacción ante el miedo; lo mismo le sucede al corazón con los desengaños. Querer sin querer, sin sentir; sin querer sentir.

Una sonrisa infinita y superficial en mis labios. Adentro el eco de los pasillos invade el espacio. Afuera la felicidad es clara como el día, pero se pierde en el camino hacia el alma.

Espejo de sal sin reflejo.

Necesito ver una película de terror y sentir miedo para volver a creer en el amor. Son ideas aparentemente inconexas forjadas en la noche del cuento número trece.

Y en el fondo, desolación. Vacío. Inmenso vacío, vacío perdido en la lejanía de la mirada miope. El vacío duele. La nada quema. Me pregunto cómo puede consumirse el vacío, si es nada.

Mis entrañas sienten rabia y rencor por esa culpa tuya guardada e impregnada en las yemas de los dedos, en las palmas de las manos, en aquella caricia de tus labios que nunca debió existir —lamento tardío e intuición confirmada.

Con el cielo sujeto entre pulgar e índice, las nubes se escurren por las uñas y caen. Aquel embrujo de los primeros días ahora está siendo pagado en sangre, la del corazón dormido.

22/06/2015 En Villanueva de la Vera---

Sobre los pájaros en la garganta

Miro al Río con otros ojos. Otra vez pájaros en la garganta, en otra garganta. Tu piel se diluye bajo el agua turbia de junio, como si nunca hubiera existido, como si las marcas imborrables perdieran el derecho de la eternidad.

El cielo es blanco, aún de noche. Noche iluminada en blanco sin Luna, sin nubes blancas; noche de farolas blancas y amor en blanco en mi corazón, aún desgastado.

Sabor sin sabor, desdibujado. Tu figura es limpia y lavada, como carente de vida. Inexistente bajo el filtro de mi mirada que nunca te vio gris, sino dulce; equivocada y parcial como las opiniones sobre la vida, que son propias y sesgadas para ver amable el mundo y tranquilo el devenir.

Miro al cielo, la brisa cubre de blanco la oscuridad y se lleva de mi memoria tus labios. Mentira infame sobre mi cabeza, clamor del alma para renacer a la vida en otras manos.

07/06/2015 En el Río---

Entre la tela de mi almohada y tu piel hay un abismo de sensaciones.

Calor en el estómago,
inquietud en el vientre y en los párpados.

Piel huérfana de tus labios,
el pecho vacío de abrazos y cubierto de desazón.

Los ojos cerrados no invitan al sueño sin rozar tus manos.

El aliento apagado en las sábanas
despereza los vientos de la noche,
noche cerrada de recuerdos y voluntades dormidas.

La quietud mecida en la madrugada trae una canción para mi cariño.

El cielo se ha despertado, y yo duermo,
esta vez
sobre mis brazos.

05/06/2015 En casa---

Tirarse por un puente

Todo el mundo debería asomarse por un puente alguna vez. No para tirarse por él, sólo para contemplar a través de su espacio, frente a frente con el abismo, desde la pasarela sobre el agua, al fondo; para observar cómo todo transcurre y todo pasa, hasta las hojas encalladas en los juncos.

Mirar desde lo alto, mirar arriba y abajo, cielo y camino inevitable de vida yerma pero inquieta, movida por la inercia y la pendiente de todos los ríos bajo los puentes.

24/05/2015 En el Río---

Sin nombre

Mi amor era un pedazo de cielo negro —mil veces en la cabeza, ninguna sobre papel escrito—, de cabellos negros, de mirada negra, de sabor a azúcar de caña oscura. Mi amor era un sueño inalcanzable, como el cielo negro plagado de estrellas que abrasan el sentido con su luz. Mi amor era una mentira de cristal roto cubierto de algodón, de nubes impalpables y brisa empujada por la ilusión falsa y egoísta que se alimenta a sí misma para sentirse viva.

Pasan de largo las golondrinas sobre mi camino, pájaros de buen agüero disfrazados de sentimientos. En el destino, heridas sin tregua bañadas en agua con sal; en la mirada, sosiego. Una página de vida, tal vez dos, tres, cien, más, bordadas en palabras con hilo grueso, suave al tacto, duro al corazón, tranquilo al alma.

Las enseñanzas recuerdan la lista de las cosas duras, que, en orden creciente de dureza son: la madera, la piedra, los diamantes y el adiós.

24/05/2015 En el Río---

Silencio

El silencio invade los poros. Un silencio curioso, interior y hueco; sordo y apagado como el corazón vacío de amor. El silencio calma los adentros, esparce una lluvia fina de serenidad que empapa la ira y ciega los tormentos enmascarados de recuerdos vivos.

Y se siente un oír sin sentido, sonido lejano que pasa de largo sin dejar un rasguño en la piel. Sorpresa en la mirada, paz en el alma, dolor sin desgarro y olvido, ante todo un profundo olvido en el abismo de las tempestades, donde habita la corriente que se lleva los pesares ajenos.

El cielo despejado clama al Sol, al adiós en la mirada infinita de tus cabellos; al dolor de la despedida y al sinsabor de la memoria. El silencio gana todas las contiendas, aunque deje batallas de ruido perdidas en la cuneta del camino.

Cuando el amanecer del silencio grita, no hay cortina que lo pueda ocultar.

21/05/2015 En el Invernadero---

Caminos escritos en la memoria

Camino sin sentido, caminar por caminar. Bajo las órdenes de los pies sin cabeza, y a la vez con la dirección certera de los peregrinos en su peregrinación. Esperando encontrar el Santo azar, sin querer asumir que él nunca se le aparece a los no creyentes, tampoco a los beatos, y que siempre es una ilusión que no se cumple, porque la casualidad es escurridiza y no sigue órdenes, sino sus propias decisiones.

Y mis ojos me llevan a dónde quieren llegar, y el corazón manda y dirige todo, de hurtadillas, manipulando a la mente para que no me dé la vuelta.

Camino entre coches, carretera y ruido, por dónde no sé si habrá alguna acera para continuar el paso, perdida por unas calles con olor a cocina, edificios viejos y destartalados, gente que me resulta extraña como si fuera turista en un barrio desconocido en mi propia ciudad; arriba, abajo, en zigzag, como si deambulara sin dirección. ¿Quién querría pasear así, no dejándose guiar por la belleza del camino, abandonado a los lugares podridos?¿Quién sería tan ingenuo como para creer que me empuja el azar, si tengo un camino escrito en la memoria —escrito con letras de fuego, de fuego cálido y abrasador y frío?

Mi camino ha acabado, y no sé por dónde he de seguir. Me siento inútilmente a esperar que pase nadie. Dejaré que me guíe la razón hasta mi casa, y allí lloraré por ti. Sin sentido, llorar por llorar. Bajo las órdenes de un corazón sin cabeza, y a la vez con la sabiduría del alma que protege la propia vida, y que me susurra que en esta ocasión no debo detenerte, sino dejarte marchar.

Y aún así guardo el azar en la memoria, y ahondaré mi camino de fuego sacando nueva tierra, y volveré, como vuelvo siempre, mientras exista un latido de vida que imaginar.

06/05/2015 En la Avenida de Andalucía---

Sobre la sombra de los pinos

Me he sentado a la sombra de un pino pequeño. Podría haberlo hecho sobre una más grande —todo lo grande que pueden ser los jóvenes pinos del Río en el margen derecho del parque—, pero esta sombrita de mi tamaño dijo: —Siéntate —y yo obedecí.

Me pregunto cómo será el Río dentro de veinte años, cuánto habrán crecido los árboles; me pregunto si lo recordaré como es ahora o mi visión evolucionará con la suya y borrará la anterior. Las plantas en la pendiente inclinada que muere en el muro que contiene el cauce ya son casi frondosas; los árboles son mucho más lentos y aún se muestran ridículos frente a los adultos del Paseo de la chopera.

Imagino... Será un parque bello, centrado en su propia vida; tapará la vista de una acera con otra; dividirá de nuevo Madrid en dos, con una sangrante fractura verde herida de agua en el centro. Será mi Río y mi parque, o mi parque y mi Río guardados en la memoria.

Resulta paradójico que en los parques de Madrid sea imposible callar el ruido de la ciudad. Quizás deberíamos construir parques de silencio además de parques de árboles, que ofrecen la misma paz a los sentidos.

Ahora ya no hay sombra bajo mi pino, la borraron las nubes. Y, en silencio, marcho de nuevo por mi camino. Gracias Río.

02/05/2015 En el RíoLugares

El invernadero se vuelve verano en primavera

El invernadero del Río es hoy menos refugio, más caluroso y menos húmedo que los días de atrás. El tiempo cambia, los tiempos cambian, las circunstancias cambian. Echo la vista atrás y cuento dos meses largos de paseos sobre estas baldosas que hoy me parecen más secas, quizás porque he cambiado de hábitat —del subtropical al tropical, más lejano a mi tierra—, quizás porque ya no necesito gotas diminutas que me envuelvan en una atmósfera protectora para no lastimarme con el suelo y las paredes.

En el mes de febrero, con frío en la calle y en las venas, entrar en el invernadero produce un impacto fuerte de calor, vapor de agua y olor a hierba en la piel y en la nariz; tan reconfortante, protector y tranquilizador de sentidos y mente, que embota a la vez que despeja el paso de emociones por el corazón. Intuyo que no fue por azar atravesar sus puertas aquella mañana, no recuerdo si muy fría o muy nublada, o de sol y frío, o templada, pero en sí misma aturdida de pensamiento y cuerpo; de no sé qué día de ese mes de febrero, pero a poco de pasado el día 12.

Y después, tantas mañanas de plantas, aromas, humedad cálida y letras por escribir... Una sonrisa se dibuja en varias partes de mi cuerpo cuando siento en un cosquilleo que el invernadero ha protegido mis emociones, bañando de oxígeno mi cabeza y la parte de mi alma más escondida e inaccesible, la menos escuchada y atendida por mí. Que me ha limpiado por dentro en cada bocanada de aire, y mantenido entre algodones de humedad y agua diminuta.

Como las madres protegen y empujan cuando sus retoños están criados, hoy siento que el invernadero se presenta más pálido de sensaciones, menos acogedor, más limpio y con menos bruma, para que no me acomode y duerma en su aire embaucador eternamente.

Ay, invernadero, ¿dejarás que venga a verte a cada rato? ¿Dejarás que sienta siempre un pellizco de calor en los pulmones cuando respire de tus plantas y tu luz? La placidez sí puede ser eterna, déjame sentirlo; la eternidad no es permanencia, es sólo tener la certeza de que volverá a suceder, tarde o temprano; la petición de que seas para mí otro refugio para siempre, como lo es el Retiro, y como lo es el Río en sus zonas más frondosas de árboles adultos.

La música me envuelve aún hoy en el invernadero, y siento que todavía puedo descansar un poco más los sentidos escuchando salir el agua vaporizada que se mezcla con los violines de la melodía clásica. Pero se acerca el verano, tiempo de sol amenazante, mal momento para los ambientes húmedos y calurosos.

Me pregunto por qué los relojes de la vida interior no descuentan el tiempo —de las 12 a la 1 y vuelta a empezar— en lugar de avanzar hacia delante, si ellos ya saben cuánto nos queda por vivir.

23/04/2015 En el invernaderoLugares

Matadero de mi corazón

El Matadero es mi segundo Retiro, algo que el paseo del Río nunca ha conseguido ser. Un retiro de edificios de ladrillo visto en lugar de árboles, tan protector, embaucador y explotador de emociones como aquel, y a la vez tan diferente: yermo de vida, representación y testigo de una muerte de animales que se me torna espeluznante; pero parte del pasado y, hoy, afortunadamente reconvertido a centro cultural de impresionantes dimensiones —lo dice quién aún consume animales procedentes de otros mataderos, por encima de sus convicciones morales; como quien no quiere ver por no sentir el peso de la culpa ante el sufrimiento sin justificación de otros seres vivos.

Me desconcierta una atracción tan fuerte por un espacio sin vida. Quizás, por encima de la explanada desierta de naturaleza y los muros inertes, se alce como reclamo el invernadero —aunque pasear por las calles y deleitarme en las formas de los edificios, las líneas diagonales, el dibujo de los ladrillos, la imponente altura de lo que se me antojan gigantes de barro, es en sí misma una experiencia de humildad ante las maravillas de la percepción y una adoración a las construcciones humanas, unida a una sensación de encontrarme en un entorno confortable y conocido, amable, amante y amigo.

Pero el invernadero, adosado a las naves del matadero de animales por la cara norte es, sin duda, el protagonista de las sonrisas de la mirada, y del corazón, de la respiración y del alma. Construido como palacio de cristal, atravesar cualquiera de sus puertas produce un impacto en la piel y, a la primera inspiración, en los pulmones. Aquí se respira oxígeno y humedad, calor tibio que envuelve el cuerpo. Aquí, en cada una de sus cuatro salas, dedicadas al clima tropical, mediterráneo y desértico, se vive en una explosión de verdes de matices incontables, pinceladas de rojo y morado; se vive envuelto en una nube de agua diminutamente pulverizada que se convierte en bruma sobre las plantas, cayendo desde las que llegan al techo hasta las que crecen sobre el suelo de terrazo y se alzan poco más de un metro.

El invernadero es como un spa en el que no hay piscinas ni chorros de agua terapéuticos en los que sumergirse, pero con idéntica sensación de humedad, aroma y relajación. Por los amplios pasillos centrales corre una hilera de agua contenida por un bloque estrecho de piedra blanca, con pequeños chorros que borbotean y dejan caer de nuevo el agua, y casi parece que calman la sed a tu paso. Y en cada sala, un canal a modo de riachuelo discurre semienterrado por la maleza, sumando humedad al ambiente y haciendo sentir que la vida se respira por los cuatro costados, y ensancha el alma a la vez que los pulmones.

Mi invernadero es, en estos días, una fuente de tranquilidad y admiración, de cobijo, de respiración pausada y profunda, de oxigenación en su sentido más literal, de reencuentro y comunión con la vida en su máxima expresión. Intuyo que este apartado y poco valorado invernadero, que he visto durante años en la distancia durante mis paseos por el río, se convertirá en un lugar fetiche, pegado a mi recuerdo y a mi emoción, inolvidable, pero visto con otros ojos en el futuro, como aquel lugar que me descubrió... quién sabe qué, si el futuro es incierto y desconocido.

Es curioso que la vida se nos llene en la mente de recuerdos, en lugar de llenarse de oportunidades por venir; que a menudo pensemos "qué hice ayer" en lugar de centrarnos en "qué estoy haciendo hoy" y "qué voy a hacer mañana" —no más lejos, haciendo caso a la filosofía del presente, difícil de practicar.

El invernadero no renueva la mirada, renueva algo más profundo, difícil de concretar.

28/03/2015 En el invernaderoLugares

¡Luna se duerme
sobre mis piernas!
Ay niña Luna...
¿Eres trocito
de niebla,
de nieve,
de nata,
de algodón?
¿De qué eres trocito,
mi Luna blanca,
cuando te duermes
sobre mis piernas?

04/03/2015 En casa---